En Sanlúcar de Barrameda, cuna de la manzanilla, la familia Barbadillo ocupa desde hace ya varios años uno de los puestos de privilegio entre todos los clanes bodegueros. La bondad de sus caldos y el cariño que sus enólogos y propietarios han manifestado en sus productos les ha hecho alcanzar resultados más que aceptables en sus productos vinícolas. Por otra parte, se ha embarcado en una fascinante aventura que culminará en la apertura del “Museo de la Manzanilla”, que, no a buen seguro sino con toda probabilidad visitaré en su día. No sé qué expondrá en este museo, supongo que documentos, fotografías, grabados de época, viejas barricas y una antología de botellas antiguas, pero todo llegará y ya lo contaré.
Sin embargo, no todo el monte es orégano, y no todo lo que elabora Barbadillo merece las alabanzas de los aficionados al noble arte del moyate. Y para aumentar la confusión, el artículo discordante es el producto más vendido de la bodega. Me refiero al Vino Blanco “Castillo de San Diego”.
Vamos a ver, este artículo – proclama la Bodega – es el vino blanco más vendido de España. Ni Rueda, ni Penedés, ni Albariño ni Ribeiro. El Barbadillo. Por tanto, sería de esperar que esto obedeciera a las bondades del caldo. Pero me temo que no.
O al menos eso me lo parece. Sin pretender caer en el maniqueísmo, los vinos blancos pueden ser secos o dulces. Los secos le dan caché y categoría al maravilloso mundo de la vinificación. No dejan resaca y son excelentes acompañantes para muchos platos. Sin embargo, si no tenemos cuidado podemos meter al enemigo en casa en forma de vino peleón y resacoso.
Como así le ocurre a este Castillo de San Diego. Pasa igual que con el cava. Los “brut” son muchísimo mejores que los “semisecos”, menos dulces y no dejan resaca. Sin embargo, por motivos que escapan de un razonamiento lógico, el semiseco se consume muchísimo más. Y en el caso de este vino sanluqueño no vale la excusa del precio.
Vinos de este precio los podemos encontrar mucho más buenos, sin lugar a dudas. Entonces… ¿qué es lo que tiene este vino que no tengan otros para que se venda tanto? En cualquier hipermercado se puede encontrar a unos 3 €, céntimo más o menos. En los bares del sur el copazo sale a 1,35 de media, y en los restaurantes no baja de los 6 €. Mucho para la calidad que realmente posee.
Es curioso. En este Marco del Jerez, tierra de vinos, no existe una cultura del vino. ¿Contradictorio? Pues sí. Pero lamentablemente es lo que hay. Después de tantos años y tantas generaciones dedicadas a este apasionante mundo del vino, las tradiciones (buenas) se pierden. Adiós a la copita de buen vino generoso de la tierra. El fino está en franca decadencia, sólo los viejos conocen la existencia del oloroso seco (bueno, con honrosísimas excepciones). Las juventudes beben rebujito con profusión y deleite. El Rioja se pide (suspenso rotundo) fresquito en los bares, y los propios hosteleros no solo acceden a esta descabellada petición, sino incluso en ocasiones conservan exclusivamente vinos tintos en el refrigerador (si el maestro es así, parece lógico que los discípulos salgan rana). Que venga alguien que imponga severísimas penitencias, por favor.
Y en un alarde de “sofisticación”, algunos hasta piden este vino en bares y tabernas. Que es de la tierra – dicen – Que hay que defender lo nuestro. ERROR. Decir (y creer) que todo lo de “nuestra tierra” es bueno por definición es un chovinismo lamentable, sea “nuestra tierra” Cádiz, Jalisco o la Mongolia Citerior. ¿Qué hay que defender a “nuestra tierra”. Pues claro, sin caer en fanatismos ni comulgar con ruedas de molino. Flaco favor se hace dando como bueno algo que no lo es. Puestos a ser exigentes, debemos serlo con lo nuestro, lo que podemos controlar de modo más directo, lo que nos dará imagen (esperemos que positiva) en el exterior, etc.
Este no es el mejor vino de Sanlúcar. Mientras Barbadillo cada vez dedica más hectáreas de sus viñedos a fabricar (matizo, un vino como este no se “elabora”, se fabrica que es un verbo más industrial) este bebedizo, disminuyendo la producción de manzanilla, caldo muchísimo más digno. De Sanlúcar, los vinos propios del Marco de Jerez. Que para eso tenemos el clima adecuado, y en el caso de esta localidad en la desembocadura del Guadalquivir, el microclima adecuado. Pero no nos metamos en camisas de once varas con los blancos. O puestos a hacerlo, hagámoslo con dignidad. Pero no con esto. ¿Vino blanco Castillo de San Diego de la Tierra de Cádiz? Intento fallido.
Dicho esto, entenderemos que al afirmar que «éste es un buen vino», debe aludirse a una simple cuestión de gustos y paladares, dejando los tecnicismos para una ocasión más oportuna.
Este vino gaditano se elabora con uvas de variedad Palomino, originaria de Cádiz. El resultado es un caldo de poca acidez, color pálido, y muy afrutado.
En principio, por las características que presta, y según la ley de los maridajes (con la que a veces podemos no estar muy de acuerdo), este vino casa muy bien con pescados y mariscos. Pero claro, tal y como consumimos los vinos hoy día, podíamos beberlo en múltiples ocasiones. Porqué no, acompañando un aperitivo a base de canapés ligeros, entrantes suaves, etc…
Pienso que cada uno debe decidir el momento en que quiere degustarlo, y con qué sabores complementarlo.
Ahora bien, cuidado con pasarse, porque este vino entra tan bien, que cuando te das cuenta es demasiado tarde… Esa es su principal desventaja, mas aun si tenemos en cuenta que la resaca que deja es bastante notable.
Si lo has tomado en cantidad a mediodía, lo más seguro es que necesites una buena siesta, lo que hará la comida todavía más pesada. Y para los delicados de estómago, este vino resulta algo difícil de digerir.
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